“El Gobierno nunca va a entender qué es ser desplazado, no va a saber qué es perder a un esposo o a un hijo, por eso ellos nunca van a comprender el dolor que sentimos”.
Paola Andrea Átama Toikemuy nació el 29 de septiembre de 1963 en la Chorrera- Amazonas. Es hija de Ignacio Átama y María Inés Toikemuy, indígena Ocaina por parte de su padre y Uitoto M+n+ca por parte de su madre. Sus padres se dedicaban al cultivo de la chagra (Huerta), a la caza, pesca y recolección de frutos silvestres. Su infancia la pasó al lado de ellos en la Chorrera, en el Igara Paraná, que está ubicado en un río llamado el Raicillo, donde fue muy feliz porque tenía la selva a su alrededor y podía deleitar las distintas frutas silvestres de este territorio.
En 1969, a la edad de seis años, ingresó a estudiar en un internado llamado Santa Teresita del Niño Jesús, dirigido por las hermanas católicas Lauritas, donde realizó sus estudios de primaria. Durante esta época el trato con Paola fue muy difícil porque ella no estaba acostumbrada a estar encerrada bajo el mando de las hermanas Lauritas. Lo que más se le dificultó fue que no hablaba castellano, puesto que dominaba su lengua materna, cosa que los misioneros le prohibían hablar, si la encontraban hablando en su lengua como castigo le colocaban esparadrapo en la boca para que no lo volviera hacer. Así funcionaban las cosas.
En este internado estaba prohibido tener un contacto o diálogo con los niños, por lo tanto, construyeron un muro para separar a los niños de las niñas. En caso de que se evidenciara algún contacto entre ambas partes, les pegaban con un rejo que suministrado por un cura.
En el año 1980, a la edad de diecisiete años, formó su hogar en el mismo municipio en el que había nacido, con Franklin Yori, procedente de Antioquia. Después de un tiempo se trasladaron a Puerto Leguizamo-Putumayo. En 1999, Yori adquirió una finca en Salado Grande, un pueblo de Leguizamo; la finca fue la base de la sostenibilidad de su hogar, ahí duraron 7 años viviendo y tuvieron cuatro hijos: Harold, Reinaldo, Franklin Fidel y Rosa. Allí también sus hijos recibieron la educación escolar.
Puerto Leguizamo era un territorio con fuerte presencia de los grupos armados al margen de la ley, particularmente de las FARC, que impuso sus normas para todos los comerciantes: le tenían que aportar mensualmente una cantidad de dinero. Por eso, cuando ellos se enteraron que Franklin Yori tenía una finca, le solicitaron una cierta suma de dinero mensual; y él, al no tener la suma exigida de dinero, no canceló, y posteriormente las FARC actuaron con sus propias leyes.
El día que le cambió la vida a Paola, ella se encontraba con su esposo en el monte (selva), allí llegaron tres hombres armados y le dijeron a Franklin: “por no cumplir nuestro acuerdo”, y lo asesinaron en presencia de Paola. Eran las tres de la tarde de un día del mes de julio, cuando ella observó cómo mataron a su esposo: “estábamos los dos en el monte cuando llegaron las guerrillas y lo mataron con pistolas, yo no pude hacer nada porque todos estaban armados, huí de ese lugar, no sé cómo llegué a la casa, solo recuerdo llegar en brasier y en ropa interior, cogí a mis niños, los monté en una canoa y nos fuimos, porque yo sabía que nos iban a matar, al día siguiente llegué con la policía”.
Después de la muerte de su esposo, ella siguió viviendo cuatro años más en Puerto Leguizamo, y más tarde denunció el asesinato. Esto le causó un gran problema, pues como consecuencia de la denuncia la desplazaron de Leguizamo, tuvo que irse con sus cuatro hijos a Puerto Asís, Putumayo, pero llegando a puerto Asís el grupo paramilitar los rastrojos reclutaron a Harold, de diez años, uno de sus hijos.
Paola se quedó con tres hijos. Allí se radicaron en el Barrio los lagos, en el año 2003, y en puerto Asís conoció a José Sinisterra y con él formó de nuevo un hogar y tuvieron dos hijas llamadas Marcela y Diana. Sus cinco hijos se criaron en Puerto Asís y Paola se afilió a un cabildo Indígena, en este lugar vivió una época muy tranquila.
El 5 de septiembre del año 2005, el hijo de Paola se escapó de los paramilitares porque no soportó los tratos del grupo armado, pero su libertad no duró mucho, a las tres de la tarde llegaron los paramilitares a su casa y lo esperaron, para asesinarlo. El grupo los rastrojos asesinó a Harold dentro de su casa y en presencia de su familia, con una peinilla (machete) bien afilada (ya para esta época él tenía 15 años), después de asesinarlo lo sacaron y lo llevan a Caicedo (otro municipio de Putumayo), y Paola, armada de valor, personalmente fue a preguntar cómo dejaron a su hijo. Allí le informaron que lo descuartizaron. El día del asesinato de Harold también había dos jóvenes más que se llamaban Óscar y Octavio, a uno le dieron con un arma en la frente y al otro le pegaron en los testículos, Paola no supo más de ellos después de la muerte de su hijo, no sabe si los mataron o si todavía siguen vivos. El 6 de septiembre, un día después, reclutaron a su otro hijo, Franklin Fidel, porque Paola demandó el asesinato de Harold, y trataron de asesinarlo, pero rápidamente llamó a la Fiscalía, recogieron a Franklin y lo trasladaron al centro médico de Puerto Asís, después lo remitieron a Bogotá. En la ciudad duró tres años recuperándose, ese mismo día, el 6 de septiembre, le dejaron una nota a Paola en su casa que decía “vamos a desaparecer sus seres más queridos”. Las dos hijas menores, Marcela y Diana, se encontraban en un jardín, y el grupo los rastrojos iba por las niñas, pero cinco minutos antes de que llegaran la SIJÍN se las llevó. Paola dice que fue un milagro. Llevaron a las niñas a un lugar seguro que Paola nunca conoció y en ese tiempo no pudo estar con ellas, porque, como ella misma dice, se enloqueció.
Como el desplazamiento de Paola fue forzado, de nuevo le tocó dejar todo lo que tenía, hasta a su esposo José Sinisterra. Tampoco pudo recoger el cuerpo de su hijo Harold Yori para enterrarlo, y sus compañeras le hicieron el favor de darle sepultura. La Fiscalía sacó a Paola y a sus hijos de Puerto Asís con guardias, y la llevaron a Medellín; llegando, le entregaron a las dos niñas pequeñas; la Cruz Roja las trasladó a Capurganá, donde permaneció dos años y después se trasladó a Bogotá. “Yo estaba muy descontrolada, la vida me quedó muy destruida, dejar el hogar, perder un hijo, todo estos hechos me dejaron marcada”. Para Paola fue un desplazamiento terrible, dice que “muchas mujeres como ella se han quedado sin sus hijos y esposos, pero así es que hay que guerrearnos la vida”.
Por el riesgo que corría Paola, la Fiscalía cambió su identificación y su fecha de nacimiento, “mi vida fue muy feliz hasta los diecisiete años porque después, es muy triste la vida que he pasado”. Al llegar a Bogotá fue muy duro para la familia, primero porque conseguir un arriendo era muy complicado por las niñas, pero Paola se caracteriza por ser una mujer muy trabajadora y no le importaba trabajar en casa de familia o vendiendo sus artesanías y así fue sacando a sus hijos adelante. Ha vivido once años en Bogotá y el Gobierno no le ha solucionado nada por su desplazamiento, solo recibe ayudas humanitarias cada seis meses o cada año.
Paola pertenece al cabildo indígena Monipue Uruk+, y por medio de este cabildo entró a trabajar en el año 2017 con Integración Social en una casa de pensamiento indígena, donde ella, como abuela sabedora, transmite todos los conocimientos a los niños indígenas y a otros niños de Bogotá. Para ella es muy bueno que en la ciudad se esté fortaleciendo la cultura en los niños y con ello la cultura Uitoto.
En la actualidad, las hijas de Paola ya están grandes y estudiando, dice que por ellas es que tiene que luchar hasta el último día de su vida, porque quiere que sus hijas sean alguien en la vida y no se queden como ella, sin estudio; sus hijos mayores ya formaron un hogar y ella como madre sigue guerreándosela. Sus dos hijas menores no saben hablar su lengua nativa porque prácticamente se criaron en Bogotá, y para ella es muy triste que no hablen el idioma Ocaina o Uitoto.
“Yo me identifico como Paola Andrea Átama, o como la Abuela, como todos en el cabildo me dicen. Soy una mujer berraca y trabajadora que sacó a sus seis hijos sola, trabajando, también soy artesana”. Paola hace artesanía con reciclaje porque es muy difícil traer los materiales del territorio, como el Bejuco (material para tejer canastas), pero igual es feliz porque con el material reciclable está ayudando al medio ambiente. “Así me den plata, casa, pero nunca me van a reparar el dolor de la pérdida de mi hijo.- Estaré en paz el día que me muera”, termina diciendo.
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